miércoles, 26 de noviembre de 2008

De la muerte...






Siempre he creido que la muerte es tan natural como el nacimiento, considero que es parte del ciclo, recuerdo una lección de 3º de primaria llamada "Francisca y la Muerte" en la cual la muerte era un personaje de la historia cuyo principal conflicto es que no se podía llevar el alma de Francisca una mujer muy dedicada a sus afanes diarios, porque simple y sencillamente no la encontraba, esta historia que satirizaba en un tono bastante agil los agojos de la muerte y las complicaciones que le causaba Franciasca, que dicho sea de paso, ni siquiera se enteraba que este personaje la rondaba!!, en aquellos tiempos yo solo contaba con 7 añitos, pero me impresiono mucho esta parte del cuento:


Un viejo conocido pasó a caballo y, sonriéndole, le echó a su manera el saludo cariñoso:

- Francisca, ¿cuándo te vas a morir? -

Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el saludo alegre:

- Nunca -dijo-, siempre hay algo que hacer.


Waaahhhhh! bueno esto me dio una idea un tanto extraña acerca de esta parte del ciclo de la vida...nunca? es demasiado...! en mi memoria infantil se quedo prendado ese cuento, es uno de mis favoritos en ese rubro, se encontraba muy solitario el cuento; hasta hace unos días en que leí esta maravilla de leyenda Hindú que ahora les comparto:



La lección de la muerte


Un día Vayasravasa, padre del joven Nachiketas, deseando agradar a Dios, sacrificó en su obsequio todos los animales que constituían su hacienda. Y al ver Nachiketas que se llevaban las ofrendas, reflexionó y se dijo a sí mismo: No creo que a Dios le guste que maten animales en su honor, ni que se le haga regalo de vacas que comen hierba y toman agua y dan leche, agotando su fuerza. El que espera con estos regalos, que Dios lo premie en el cielo, se equivoca y no alcanza nunca el cielo, porque son estos dones de muy poco valor.


Entonces se volvió hacia su padre y le dijo: -¿A quién piensas dedicarme a mi? -¡Hijo mío -contestó su padre- ¡yo te doy a la muerte! -Oh padre y señor mío -dijo- yo no temo a la muerte; pero creo que no valgo nada para ella, porque no soy sino uno de tantos hombres entre los hombres. Antes de mí, se han muerto miles de hombres. Cuando yo haya muerto, seguirán muriendo.


Así pues, ¿qué valgo para la muerte? Partió el joven y llegó a la casa de la muerte, pero como estaba ausente, tuvo que esperarla tres días. Cuando regresó, sus criados le avisaron que un visitante distinguido la aguardaba. Apenada por su tardanza y agradecida por la visita, la muerte dijo a Nachiketas: -¡Oh buen joven! Por estas tres noches que has pasado sin comer en mi casa, te concedo tres dones. Pídeme lo que quieras, que yo te lo prometo desde luego. -Quiero -dijo el joven- que cuando yo regrese a mi casa, mi padre no esté enojado ni inquieto por mí. Que no me riña por haber tardado ni se entristezca por mi ausencia, y que me acoja amorosamente. -Concedido -dijo la muerte-, tu padre dormirá en paz sus noches al verme libre de mis brazos.


-En el cielo, oh muerte, nadie teme que llegues tú, Allí el hombre no teme la vejez, ni el hambre, ni la sed, y disipado todo sufrimiento, es eternamente dichoso. Tú, sabia muerte, conoces bien el fuego que conduce al cielo. Enséñamelo, pues la fe me embarga. Este es mi segundo don. -Ese fuego, Nachiketas, se halla escondido en el corazón, que es lugar secreto. Si conservas y avivas ese fuego, él te conducirá hasta el cielo. Y ahora pide tu último don. -En el mundo, oh muerte, existe una duda terrible acerca de lo que sucede al hombre después que muere. Los unos creen que todo acaba entonces y los otros lo contrario. Revélame la verdad; he aquí mi último don.


-Oh Nachiketas, dijo la Muerte, los dioses mismos han dudado sobre este punto. No me obligues a revelarte el secreto. Pídeme otra, otras cosas. Pídeme hijos centenarios e hijos de tu hijos, ganados abundantes, caballos, elefantes y oro; pídeme vastos territorios y vive tantos otoños como quieras. Pídeme la riqueza y el medio para vivir largo tiempo. Sobre la tierra inmensa, oh Nachiketas sé rey; yo colmaré todos tus deseos. Pide cosas difíciles de realizar , tantas como quieras; estas ninfas, con sus carros y sus arpas, que jamás mortal alguno ha visto, serán tus esclavas. Yo te las concedo. Pero no interrogues acerca de la muerte.


-¡Cosas de un día! ¡Goces efímeros! No hacen sino agotar nuestro vigor. Guarda tus esclavas, tus carros y tus danzas. ¿A que hombre le satisface tu riqueza?¿De qué sirve cuando tu llegas?¿Cómo viviremos mientras existas tú? El don que escojo es el que reclamo. Nachiketas no pide otro don que aquel que llega hasta el secreto de todas las cosas.-Atiende pues, oh Nachiketas. Una cosa es lo justo y otra cosa es lo agradable. Los dos caminos existen para el hombre, y el insensato escoge el camino de lo agradable. Pero tú, oh Nachiketas, has escogido sabiamente el camino de lo justo.


Aquellos que escogen lo agradable, ciegos conducidos por ciegos, yerran el fin de la vida. El brillo de sus riquezas los ciega, el ruido de sus fiestas les impide escuchar la voz de su alma, que es parte del alma de Dios. El sabio que decide escuchar la voz que reside en su corazón, gracias a la calma de sus sentidos y de su espíritu, aparta su alma de sus órganos, se eleva por encima de la alegría y del dolor, cosas transitorias, y alcanza la divinidad. En cambio, el insensato nace y muere como el trigo, vuelve a nacer en la tierra, porque no es digno del reino de Dios, y cae una y mil veces en mis manos.


El alma es dueña del carro. El cuerpo es el carro. La razón es el cochero y el espíritu es rienda. Los sentidos son los caballos, los objetos de los sentidos son las rutas que recorre el carro. Alma sentido e inteligencia, constituyen al hombre dotado de sensación. El insensato deja desbocar los caballos; pero el sabio los guía con mano segura y los conduce por el camino del cielo y de la inmortalidad, al fin de las transmigraciones, al seno de Dios. No necesita de su cuerpo el que quiera ser semejante a Dios, porque Dios no tiene forma, ni color, olor, ni tacto, ni gusto, ni sonido; es inagotable, eterno, sin principio ni fin, más grande que lo más grande, inmutable. Aquel que lo conoce escapa a la boca de la muerte. Sólo nuestra alma, que viaja a lo lejos sin moverse, que recorre el espacio sin bogar, es capaz de alcanzar la divinidad inmortal.


El secreto está dentro de uno mismo y el final es: “¡Que el hombre alcance el verdadero Ser que está en el interior de su cuerpo y medite en él con firmeza! ¡Conozca, pues, a ese Ser como lo Radiante y lo Inmortal !!


En fin! pocas veces se encuentra uno con este tipo de lectura, espero que les agrade!!!
Saludos y besitos a todos!!

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